16 de xaneiro de 2014

UN RELATO TRUCULENTO




LA FIESTA DE CRISTAL
Alexandro Castañón
1º BACH. B

Salí corriendo de la habitación. No quería oír ni una palabra más. Ya era suficiente. Bajé al sótano y me escondí bajo la escalera. Sabía que el corazón de mi padre estaba duro como el hielo, pero esa noche descubrí que el hielo estaba cubierto de hormigón. No tenía sentimientos, era perverso.

Esa noche se celebraba en toda la ciudad la fiesta de cristal. Era mi fiesta favorita, no solo por los regalos, sino por las preciosas decoraciones de la gran casa de mi padre, la apetitosa comida y la alegría compartida de la gente. La fiesta de cristal era la más deseada por los niños y sin duda alguna la favorita de mi madre. Quizás por eso mi padre se encerraba en su despacho durante la semana de celebraciones. Desde su muerte, él evitaba cualquier celebración, fotografía u objeto que le recordase a ella. Ella siempre fue el ángel que iluminaba su camino. La amaba y su marcha lo destrozó.
Claro que para mí tampoco fue fácil. Mi madre se consumió poco a poco mientras él se petrificaba al mismo tiempo.
Él me gritó. Yo le grité más aún. No tenía derecho. Yo solo pretendía que todo volviese a la normalidad, celebrar la tradicional cena y recordar a mi madre. Su respuesta fue:
- Una fiesta es esperar algo a cambio de nada. Una pérdida de tiempo, tiempo que no pienso malgastar.
- Esta era la fiesta favorita de madre, solo trataba de recordarla, de honrar su memoria y vivir como ella quería que lo hiciésemos.
- Ella ya no está, las fiestas se fueron con ella y tú no tardarás en hacerlo si no te callas. ¡FUERA!.
En ese momento rompí a llorar. No quería verlo más, por eso huí. Estuve más de una hora bajo la escalera, llorando, escondido en un rincón. No me moví de mi sitio hasta que escuché un ruido. Parecía el de una rata. Me levanté y fui a mirar y tenía razón. Era una rata. La seguí. Traté de cogerla. Sin apenas darme cuenta, entré en una gran habitación. Estaba llena de una especie de armarios metálicos. Jamás había visto nada como aquello. Rodeé uno de ellos. Era como una nevera y dentro de ella había personas congeladas. En la puerta había varios botones. Uno de ellos servía para iluminar el interior y así poder ver el rostro de la persona. También tenía una especie de reloj. Pulsé todos los botones. Le di a las palancas, hasta que por fin se abrió. De su interior salió una preciosa mujer, vestía una pulcra y elegante túnica de color blanco. Su larga melena de rizos rubios caía sobre sus hombros. Parecía extrañada de mi presencia. Yo no podía parar de mirar sus enormes y profundos ojos azules. Ella me cogió de la mano.
- Gracias por liberarme de mi encierro. ¿Qué día es hoy? Nunca pensé que mi familia lograse encontrar solución a la deuda con el señor Kempe.
- ¿Encierro?, ¿deuda? … Hoy… Hoy comienza la fiesta de cristal.
Nuestras caras cambiaron en apenas unos segundos. Ninguno sabía muy bien qué hacía el otro allí y tampoco si debían estar hablando.
- Supongo que tendré que contarte la historia… Mi familia atravesaba grandes problemas. Ya no teníamos nada más para empeñar. Mi hermana tiene 8 hijos y no podía alimentarnos a todos. Decidí entregarme al señor Kempe a cambio de que él les diese el suficiente dinero para comer. El día en que ellos encontrasen solución para nuestros problemas y la deuda se saldase, yo sería libre.
Al escuchar aquellas palabras, la imagen de mi padre se desfiguraba más aún. Su tiranía sobrepasaba todos los límites establecidos en mi cabeza. Congelaba a personas desesperadas a cambio de su ayuda.Volvía a mirarla a los ojos. Era preciosa, me recordaba a mi madre.
- Siento que mi padre te haya hecho esto. No tiene nombre.
- ¿El señor Kempe es tu padre?
- Sí …
Su semblante cambió. Quería huir, se le veía en los ojos. Traté de decirle que yo no sabía nada. Le conté la discusión que había tenido con él. Finalmente me creyó.
- Aún no me he presentado. Soy Sylwia Grzeszak. ¿Has dicho que hoy empieza la fiesta de cristal? Es mi fiesta favorita, me gustaría tanto poder pasarlo con mi familia...
- Yo soy Tomasz, sí, hoy empieza la fiesta de cristal. También es mi fiesta favorita, aunque ya no es lo mismo desde que mi madre murió. Vete con tu familia si quieres, no te lo impediré.
- Ven conmigo, no puedo agradecértelo de otra manera.
La acompañé a su casa. Su familia saltaba de alegría al verla, aunque todos se callaron cuando yo entré en la humilde casa. Ella les contó toda la historia. Mi mirada no se separaba de la suya.
Cuando regresé a mi casa, mi padre estaba rabioso. Yo no dije nada a cerca de Sylwia, pero él ya lo sabía. Me encerró en mi habitación y supe por los criados que había vuelto a encerrarla. Yo iba a volver a liberarla, costase lo que costase.
Pasaron los meses y aún no había tenido la oportunidad. Cuando me quise dar cuenta, ya había pasado un año y volvía a ser la fiesta de cristal. Mi padre, como de costumbre, se encerró en su despacho. Entonces yo aproveché para bajar al sótano y liberar a Sylwia. Repetimos los pasos del año anterior, con un diferencia: al final de la velada, ella volvería a ser encerrada y no nos veríamos más hasta el año siguiente. Cumplí su deseo, año tras año. El primer día de la fiesta de cristal, la sacaba de su ataúd helado y pasábamos la noche con su familia. Los años se sucedían y con ellos el reloj de la puerta de su jaula iba bajando. Yo seguía sin entender de qué se trataba. Marcaba 15 la noche que la conocí y 1 la última vez que la liberé.
Un día mi padre me sorprendió en mi habitación. Estaba muy enfadado y no paraba de gritar.
- ¿QUÉ HAS HECHO? ¿Cuántas veces has liberado a Sylwia?
- Todas las que me ha dado la gana. No tienes derecho a tenerla encerrada.
- ¡IDIOTA! Encerrarla es lo mejor que podía hacer por ella. Sylwia tiene una horrible enfermedad. Vino a mí porque le quedaba muy poco de vida. Quería aprovechar lo poco que le quedaba de ser útil para su familia. Cada vez que sale pierde un día de vida. La próxima vez que salga morirá.
El corazón se me encogió. Me había enamorado de ella y ahora ya solo podría escuchar su voz una vez más.
Los años pasaban y mi promesa se incumplía. No volví a liberar a Sylwia. Me convertí en el monstruo que era mi padre.
Lo último que vi antes de morir fue su precioso rostro todavía congelado.  


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