Me ve esperando en la puerta del aeropuerto y se acerca a mí con su traje caro y su sombrero favorito, que se compró en nuestro viaje a París hace seis meses. Comenzamos a hablar y me cuenta sobre su abuelo. Solíamos salir a pasear todos los días por Roma, y me explicaba de qué trabajos me encargaría cuando esté a cargo de la empresa. La verdad es que se me hace algo raro pensar que en un año seré el jefe. César era el heredero de la gran fortuna de su familia y pasaría a dirigir la empresa en cuanto cumpliera los 25, el año que viene.
Me cambia de tema bruscamente y comienza a hablarme de un concurso de pesca al que asistió en Italia. Su dinero es algo de lo que hablamos poco, la verdad, y no entiendo por qué. Nos pasamos la vida de fiesta en fiesta, viajando a sitios caros gracias a él, e incluso me compró la blusa y la falda que llevo puestas ahora mismo, pero nunca me ha contado siquiera en qué consiste el negocio que lleva a cabo su familia. Ni el más mínimo detalle. Intento volver a sacar el tema. ¿Crees que cuando seas millonario nos harán entrevistas? César tuerce el gesto como si la idea le disgustase profundamente.
-Espero que no, me niego a hablar para todas esas revistas de cotilleos, me dan asco. Y no permitiré que tú lo hagas.
- ¿Por qué no? -le respondo-. De todas formas no tendría nada que decir, nunca me cuentas nada. ¿Es que no confías en mí? César desvía la mirada, se coloca el sombrero y enciende un cigarro. La verdad es que es muy pijo, aunque intente disimularlo para no desentonar conmigo. Se mueve con la suficiencia de esas personas criadas como si realmente perteneciesen a una clase superior. Siempre mira por encima del hombro a los demás, aunque le caigan bien. A su lado me siento realmente patética, como si pensase que por llevar ropa cara podría estar a su altura cuando sé que no. Y él también lo sabe, y procura evitar el tema.
Es un imbécil, cree que no sé que sólo me quiere por mi cuerpo. No entiende lo que yo siento por él. Nunca lo entenderá, ni se le pasa por la cabeza que él es la única razón por la que me levanto cada mañana. No sabe lo que es sentir que perteneces a alguien, que se me encoja el estómago cada vez que le veo y que me haga sentir inferior. Es un insensible que solo busca pasarlo bien un rato. A veces me entran ganas de estrangularle, pero sería una pena estropear la carísima manicura que me ha pagado.
César puede tener mucho dinero, pero no tiene ni idea de amor, y a mí no me importa. No me importa que no confíe en mí, que me utilice o que me abandone siempre a las primeras de cambio.
César es un completo imbécil, pero qué quieres que te diga. Incluso a los imbéciles se les acaba cogiendo cariño.
Sabela González Fernández / 1º BACH. B
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